Tuve grandes expectativas cuando llegué a este capítulo del libro. En anteriores me había encontrado con pasajes de la historia rescatados por Russell entorno al conflicto con la autoridad que algunos grandes personajes experimentaron. Por ejemplo, uno se imaginaría que las grandes mentes como Galileo, Newton, Darwin, Pavlov e incluso Einstein, siempre fueron respetados y admirados por colegas, maestros y demás contemporáneos, que siempre se les escuchó con atención, como sabiendo en ese entonces en lo que se convertirían o de lo que serían capaces de entregar a la comunidad. Pero la verdad es que no fue así.
Relata Russell que algunos eran provocadores, fabricando situaciones para retar a la autoridad intelectual; otros tuvieron que esperar hasta 20 años para sentirse seguros de no ser perseguidos por detractores, y quienes por lo menos solo se enfrentaron a homólogos de disciplina o fueron silbados mientras daban uno de sus cursos universitarios.
Según cuenta Russell, Galileo era el más provocador de todos, el que más desprecio se ganó y el que más persecución tuvo. Galileo llegó a realizar demostraciones frente a sus profesores sobre asuntos que ellos mantenían como verdad y también los invitó a participar en otros donde no tuvo éxito de que aceptaran, pues le tenían gran hostilidad y desprecio.
Por este tipo de historias encontradas en el desarrollo de capítulos previos, pensé que Russell estaría de acuerdo con que la educación fuera en gran parte poner en duda a la autoridad siempre que se tuera contra ella de la mano de la evidencia y la experimentación. Pero para él, la educación era subordinar desde el nacimiento a los niños, destinarles un papel social desde temprano -entre investigadores y obreros- sin oportunidad al cambio. Tampoco tenían oportunidad de hacer lo que hizo Galileo, pues describe que cualquier descubrimiento hecho por algún joven no se tendría que publicar porque estaría destinado al fracaso, y que luego de algunos años ya no se investigaría más por motivo de respetar lo que al momento se ha desarrollado.
Encontré otros puntos, en los que no estoy de acuerdo e incluso desagrado me causaron, es el de reemplazar al maestro por una mujer que los cuide y mantenga en orden; separar al niño formado científicamente del ignorante; castigar al que fracase como en la formación científica con hacerlo parte de los ignorantes; instruir a los formados en investigación en el dominio de los obreros; quitar de la cabeza a los criados como científicos que el amor o la poesía puede ser mejor que la investigación; mandar a la “cámara de la muerte” a los no gobernados por tener solidaridad con los gobernados; mantener a los menos inteligentes vivos por el único motivo de evitarles tareas simples a los privilegiados.
Dentro de lo que puedo decir que me agradó fue que Russell considera la formación científica tan importante que hubiera deseado se impartiera a todos desde temprana edad y que la crianza estuviera orientada por expertos en la materia. Igual considera que es importante para los niños pasar mucho tiempo libre al aire libre, aprender un oficio, desempeñarse en sociedad sin temores ni timidez y reconocer tan pronto se pueda sus errores.
En general me quedo con un mal sabor de boca al leer sobre su breve planificación de una educación apegada a la ciencia. Hoy día sabemos que las mujeres per se no son mejores criadoras que los hombres, ni que la “inteligencia” es totalmente hereditaria o que ésta sea de lo que ella se mida en los primeros años. Son bastantes errores los que cometió. Le fallo la aplicación del conocimiento. Podrá haber sido porque no contaba con los saberes necesarios sobre planificar aprendizajes y quizá su ideología científica se sobre puso al conocimiento objetivo. No olvidemos que todo tipo de conocimiento (aceptado – no aceptado, válido - inválido), incluso el científico, también genera ideología.
Referencias
Russell, B. (1949). La perspectiva científica. España: Ariel
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