He dado con un libro que, aunque en Google Books se encuentra catalogado dentro del género Libro de Autoayuda, no es así, sino uno de divulgación científica bastante interesante que responde de forma argumentada y sustentada a los mitos entorno a la vacunación. Como ya es costumbre, es probable que al final de la breve -eso espero- reseña que elaboraré, agregue un número de notas acerca de cómo imagino pueden los Profesionales de la Enseñanza abordar algunos de los falsos planteamientos que académicos mediocres han fomentado, porque queda claro que a los charlatanes hay que hacerles frente; los médicos lo hacen a los antivacunas, los biólogos a los provida, los nutriólogos a las dietas milagro y los psicólogos a el psicoanálisis, por decir algunos de los tantos ejemplos. Pero los Profesionales de la Enseñanza han dejado pasar al aula todo aquello que se cruce por enfrente sin análisis ni crítica.
Al ser el tema de la defensa de las vacunas muy adecuado para tiempos actuales debido al covid-19, y que la educación está preparando su retorno a las aulas, me ha parecido importante que docentes consideren compartir a sus alumnos lo que a continuación reseñaré con el propósito de informar a los más pequeños de la importancia de las vacunas, y así evitar, o por lo menos poner un poco de resistencia a la propagación de ideologías pseudocientíficas.
En Europa, las mujeres particularmente vaqueras y lecheras fueron musas de muchos hombres cultos y de alto estatus social porque su rostro era bello, liso y sin lesiones en comparación a la gran mayoría de personas que vivián fuera de esos ambientes rurales y que habían pasado por enfermar de viruela. Si la viruela no te mataba, sí que te dejaba lesiones en la piel que te acompañarían por el resto de tu corta vida. Esto sucedía debido a que las vacas eran portadoras de una viruela de menor afección que la transmitida entre humanos. Así que quien enfermaba de viruela por contagio con una vaca tenía la oportunidad de que su sistema inmunológico desarrollara a tiempo y con suficiencia anticuerpos lo necesariamente fuertes que le permitieran no enfermar en próximas ocasiones, sea por contagio con viruela portada por otra vaca o por un humano.
Fue Edwar Jenner quien observó que los que habían enfermado de viruela en estos contextos rurales alcanzaban a sobrevivir y presentaban síntomas más leves ante la enfermedad, que quienes enfermaban en lugares más urbanizados. Así que su idea fue comenzar a contagiar a niños y adultos con viruela portada en vacas y así generar en ellos inmunidad a la enfermedad (inoculación). He aquí el motivo del término “vacuna” y del por qué Edwar Jenner es el padre de la inmunología, a la vez que es considerado el hombre que más vidas ha salvado.
Antes de que comenzara la erradicación de la viruela a través de inoculación, en Europa morían cada año hasta 400 000 personas. De la viruela casi nadie escapaba. Sus victimas eran niños, adultos, pobres y ricos. Luis XIX, quien había sobrevivido a la viruela a los nueve años de edad, tuvo que ser sucedido por su bisnieto de cinco dado que sus dos hijos, que enfermaron a edad adulta junto a su esposa de sarampión, murieron, así como también su nieto.
Los padres de entonces sabían que tarde o temprano sus hijos enfermarían de viruela o sarampión y que muy probablemente morirían. El sarampión no era igual de mortífero que la viruela, pero su principal tratamiento, las sangrías, agravaban la salud de las personas, exponiendo sus cuerpos cortados a infecciones e incluso a la viruela misma. Sirve esto para entender que un tratamiento ineficaz puede no solo tener nulo efecto en la salud, sino que puede incluso empeorarla.
El antecedente que se tiene a la inoculación formulada por el inglés Edwar Jenner, es la variolización que la princesa inglesa Mary Wirtley Montagu observó practicar en Constantinopla (hoy Estambul, Turquía) por ancianas, que cada año reunían a niños llevados por sus padres a «pasar la viruela». Esto consistía en poner sobre heridas superficiales muestras pequeñísimas de viruela que eran recogidas de personas que habían sufrido la enfermedad con síntomas leves. Luego de esto, a los niños se les dejaba jugar juntos por el resto del día y hasta por ocho días más. Posteriormente, presentaban algunos síntomas que mantenían por otros ocho días, hasta que podía decirse que habían «pasado la viruela».
Esta práctica fue llevaba por la princesa Montagu a Inglaterra cuando regresó de su viaje. Inició la variolización experimentando con criminales condenados a muerte, que al resultar exitoso el procedimiento, fueron liberados y así librados de morir por castigo y por enfermedad. Convencida de que la variolización servía, expuso a sus hijos al contagio. Haber visto a su hermano menor morir de viruela la llevó a divulgar el procedimiento por todo el país, aún cuando médicos de entonces, eclesiásticos y público en general se opusiera por temor y dudas.
Voltaire elogió el papel desempeñado por lady Mary Wirtley Montagu, y se quejó bastante de que su país, Francia, no siguiera el ejemplo inglés, haciendo parecer que Francia no se preocupaba por la salud de los niños. Hasta luego de algún tiempo se inició en Francia el variolización, pero se detuvo por seis años por acusaciones falsas motivadas por miedos de la gente, lo que ocasionó que volvieran a subir y notarse los números de contagios y muertes.
En España sucedió algo similar. Solo que ahí la variolización no se detuvo por prejuicios, sino porque no estaba como prioridad ante el trabajo de campo. La gente no estaba dispuesta a «pasar viruela» en tiempos de cosecha, lo que llevó a que muchos enfermaran de forma grave y murieran.
La variolización permitía elegir voluntariamente el momento de enfermar de viruela, así que se escogía el momento donde la persona estuviera en mejor estado físico y con mayor disponibilidad de tiempo. Además, «comprar la viruela», no era igual de grave que enfermar de forma natural. Al «comprarla», se ponía en contacto heridas superficiales con restos de viruela de enfermos que habían presentado síntomas leves. Por otro lado, enfermarse de forma natural es que la viruela entre por vía respiratoria en grandes cantidades. En el primer caso, el cuerpo tiene la oportunidad de formar anticuerpos y sanar. En el segundo, solía ser caso perdido; no había en el organismo la cantidad de anticuerpos suficientes para combatir contra la viruela natural.
El miedo a las vacunas no es nuevo ahora que a diferentes países comienzan a llegar los cargamentos de inmunización contra el COVID-19. Este miedo ha ocurrido prácticamente desde los primeros antecedentes a la vacuna. Existen padres que no vacunan a sus hijos porque las creen innecesarias, inútiles o peligrosas. Y no es que sean padres desinformados, en cambio, quienes rechazan la vacunación suelen estar informados, pero de muy mala forma. Las fuentes de consulta para hacerse de una opinión de rechazo suelen contener falacias, medias verdades y grandes mentiras que los médicos o profesionales de la salud no suelen detenerse en cada caso a corregir.
A estos que rechazan de principio la vacunación se les conoce como “antivacunas”. Se dice que los antivacunas rechazan de principio la vacunación porque no están dispuestos a estudiar cualquiera de ellas, sino que, incluso antes de conocer sus efectos, ellos ya están en contra de su desarrollo o aplicación. Rechazar de principio la vacunación es una posición dogmática: el rechazo ocurrirá siempre e independientemente a sus implicaciones.
Ahora bien, reconocer que algunas vacunas pueden tener efectos no deseables no convierte a uno en antivacunas. Así como hay médicos que sugieren no tomar antibióticos para ciertos padecimientos y eso no los convierten en “anti-antibióticos”, también ocurre cuando los expertos reconocen que para ciertos padecimientos no conviene vacunación.
Los antivacunas se toman el tiempo para crear instancias sociales que defienden la libertad a no vacunarse, pero su movimiento está lleno de inconsistencias. Por ejemplo, ¿Qué sentido tiene la llamada Liga para la Libertad de Vacunación, si lo que promueven no es una libre elección, sino un rechazo? Además, que las vacunas no son obligatorias en casi ningún país, al menos que se esté pasando por una epidemia amenazante para toda la población del mundo, por ejemplo, el COVID-19.
En las instancias sociales que organizan, los antivacunas también crean falsos debates en donde reunidos todos bajo el rechazo a la vacunación, se refieren a sus opiniones como causantes de fuerte controversia, pero eso no demuestra nada, solo que hay gente dispuesta a decir cualquier tontería.
La postura de la ciencia no es por principio a favor de la vacunación. Un caso es contra el rotavirus, la enfermedad causante de fuertes diarreas en niños, a la cual el organismo poco a poco genera anticuerpos y cada vez que el niño enferma los síntomas son más y más leves, o si bien va, puede el niño enfermar y no presentar síntomas, pero sí ser transmisor a otros de su alrededor. En los Estados Unidos, el laboratorio Wyeth desarrolló y comercializó una vacuna contra el rotavirus, pero sus resultados no fueron estadísticamente significativos a favor de su aplicación. Además, causó invaginación en dos de cada 10 mil vacunados. También causó la muerte de dos niños. La vacuna pronto fue retirada del mercado.
Desarrollar una vacuna no se origina en la nada. Actualmente sabemos bastante gracias a lo que ya se ha hecho; de los errores cometidos y de los aciertos que nos acercan a próximas mejoras. Su aplicación no sucede inmediatamente con los usuarios que la necesitan. Las vacunas han de pasar por diferentes fases de experimentación y control que nos permitan tener la seguridad de que van a servir para el propósito que fueron diseñadas y que nos ocasionarán la menor cantidad de inconvenientes. Los controles que se tienen sobre las vacunas exigen números altos para poder confiar en ellas. Pero incluso una vacuna que pudiera apenas salvar el 50% de vidas sería estupenda. ¡Imaginen poder salvar la mitad de las vidas en peligro!
Antivacunas consideran contar los casos de meningitis en personas vacunadas como efectos negativos, pero no es un efecto negativo, es en todo caso un fracaso de la misma. A veces parece que las vacunas fallan, pero habrá que revisarse la cronología del padecimiento. Hay infecciones que tardan en manifestarse porque requieren previa incubación en el cuerpo, y las vacunas no generan anticuerpos en cuanto son inyectadas. Si un organismo ya se encontraba encubando la infección y es vacunado, es difícil que el organismo prepare los anticuerpos necesarios y a tiempo para no presentar los síntomas de la enfermedad.
Los sistemas de salud pueden tomar diferentes decisiones en cuanto a qué vacunas aplicar a su población, en qué orden y a qué edad. Estas variables dependen de cada país. En cuanto al grupo de población, se dice que un país que ofrece la vacuna solo a quien puede pagar por ella tiene un sistema de salud poco equitativo, pues las vacunas tienen que entregarse primero a los más vulnerables y expuestos, que serían los niños, adultos mayores, enfermos crónicos, y que a su vez, por condiciones de vida, son quienes pertenecen al nivel socioeconómico bajo.
Sobre qué vacunas aplicar, esto depende de lo que digan los expertos epidemiólogos de cada país, debido a que no todos están expuestos de misma forma a los agentes infecciosos y de contagio. Japón, por ejemplo, que es un país aislado y que no recibe fácilmente turismo del tercer mundo, puede disfrutar de inmunidad de rebaño, ósea, que una persona no vacunada puede no infectarse porque el resto de personas a su alrededor no son portadores de la infección.
En cuanto al tiempo de vacunación desde el nacimiento, lo que expertos recomiendan es que sea a los dos meses de vida o poco después. No se sugiere que sea antes porque el organismo del bebé no está preparado para hacerse de los anticuerpos que la vacuna le proporcione, y entre más tarde, luego de ese periodo de tiempo, el bebé queda expuesto a todo tipo de virus, bacterias, hongos, etc., que rondan por el ambiente libre. Se han hecho investigaciones que han encontrado a pocas horas del nacimiento, sobre las manos, cabeza e incluso sobre la boca del bebé, rastros de agentes nocivos. Así que, a mayor sea el riesgo de infectarse por vivir en un lugar muy contaminado, la sugerencia para adelantar la vacunación crece. Mientras que los países primermundistas pueden con mayor comodidad demorar sus periodos de vacunación.
Ya la naturaleza se encarga de hacernos llegar en algún momento de la vida microbios que pueden enfermarnos gravemente. Las vacunas lo hacen también, pero de manera controlada para que permita a nuestro organismo formar los anticuerpos necesarios y así estar a salvo. No vacunar de manera separada no tiene ninguna desventaja, pudiera en el sentido común parecer que se está llenando al bebé de químicos, pero resulta bastante mejor hacerlo de manera conjunta; el bebé pasa menos dolor, son menos visitas al hospital, se desperdician menos plásticos, la posibilidad de olvidar alguna de ellas disminuye, trabaja menos el enfermero aplicador, etc. La mayoría de las vacunas, aplicadas juntas son igual de efectivas y tienen los mismos efectos secundarios que si son aplicadas por separado.
Otra mentira más de los antivacunas es que las vacunas ocasionan autismo, lo cual es falso. Este grupo de gente dice que no hay estudios que demuestren que las vacunas no causan autismo, pero sucede lo mismo para la relación comer huevo – autismo o usar zapatos – autismo. Cuando no hay indicios de relación, no nos molestamos en hacer estudios, así que aun así seguimos comiendo huevo, usando zapatos, y a costa de esto hay grandes comercializadoras de huevo y fabricantes de zapatos haciéndose ricos, pero de ello los antivacunas no han dicho nada.
Y bueno, el libro en general toca bastantes puntos interesantes que desconocemos respecto a las vacunas. A los Profesionales de la Enseñanza se nos ha propuesto volver voluntariamente a clases a ofrecer tutorías sobre las clases que se han llevado en línea, algo razonable, pero también se habla de volver a las aulas a tratar temas “socioemocionales” dadas las experiencias de los niños en esta cuarentena. ¿Por qué se nos propone ir al aula a hacer algo que los Profesionales de la Enseñanza no conocen, y encima de eso, haciendo uso de herramientas no eficientes para el problema? Tomando un ejemplo de más arriba, es como si un músico hiciera una sangría para atender el sarampión: ni el músico puede atender el sarampión, ni el sarampión se atiende con sangría.
Pienso que, en lugar de dicha propuesta, se invitara a los docentes a compartir contenido acerca del desarrollo de las vacunas, algo como lo que aquí se ha presentado. Hay todavía más contenido por explotar en el libro de Carlos González. Es muy necesario divulgar estas informaciones porque parece que vivimos tiempos pasados donde estos procedimientos eran nuevos y tenían bien justificado el miedo y la duda. Los Profesionales de la enseñanza que se dicen humanistas, practicantes del constructivismo y del relativismo son como los antivacunas. No están dispuestos a estudiar procedimientos con objetividad, son acarreados por intuiciones emocionales, crean falsos debates, inventan controversias, acusaciones y efectos secundarios a las prácticas científicas.
Reseñado y ajustado de González, Carlos. (2011). En defensa de las vacunas. Planeta.
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